Ir al contenido principal

Sobre el interés: o por qué no sé para qué me he estado levantado este mes


Abro los ojos en mitad de la madrugada. Los ojos enrarecidos como de costumbre, no dan tregua. Los pensamientos tampoco. Agarro el móvil para comprobar si mi reloj interno está adelantado o atrasado. La luz de éste me ciega, me produce un escozor. Cae una lágrima. Las 6:07am. Lo apago y me vuelvo a acomodar sobre el cojín. Pensamientos no cesan de venir. Algo los motiva. Un piloto automático de goce. Un blablablá que no parece tener fin. Siento que ya está, ya me levanté, ya no hay vuelta atrás.

Vuelvo a por el móvil y me pongo a mirar redes sociales. Pongo un podcast de una radio argentina. Dejo el móvil recostado a mi lado. La luz de la pantalla ilumina un poco del cuarto. Se filtra por la cortina una tímida luminiscencia matinal, cutre. Prefiero cerrar los ojos. Ahí va, un torrente de palabras con acento de casa corriendo como la pólvora hacia un lugar que no me interesa. Interludio hasta que vuelva a dormirme. Ojalá pueda. Ojalá pueda volver a no estar y no sentir la urgencia de ser lo mismo. Aunque me persigue.

El otro día soñé, varias veces en el día, una situación semejante desde diferentes perspectivas. En la primera era yo el que estaba atorado, el que estaba siendo prisionero de algo o alguien. Luego, por la tarde, cuando no aguantaba más a pesar de los cafés y mates, me recosté para dormir una siesta. En ese momento, una vez dentro del sueño, tras una serie de escenas, pude ver como un niño pequeño, un bebé, se colaba por un caño grueso. Le veía, aunque era imposible verle, sabía lo que sentía. Estaba siendo empujado por la fuerza del agua que corría por ahí. El espacio era estrecho. Su cara rozaba el PVC. Tras girar por un par de cañerías, la fuerza del agua se volvió en su contra. Le estaba ahogando y parecía haberse quedado atorado. La cara pegada al PVC. Moriría pensé. El agua corría. Ahora la vi sucia. El niño moría. Lloraba pensé, pero nadie le podía escuchar, sólo mi imaginación podía escucharlo. Sólo el imaginarlo llorando podía capturar su llanto. Corrupción. Me levanté con estas imágenes después de solo treinta minutos para volver a la carga, a la nada, sobre mis espaldas.


¿Para qué me vengo levantando? ¿Es acaso esto para lo que me levanto? ¿Para soñar con escenarios horribles que, cual jeroglíficos, debo hacerme cargo de descifrar?

Detesto a la gente curiosa y pro-activa, prefiero a los interesados. ¿Porqué? Sencillo. Aquellos que “curiosean”, aquellos llamados insaciables por saber, no hacen más que sumirse en la pulsión de saber. No saber algo es mucho más seductor que cualquier teta expuesta o demanda fascista del goce genital absoluto. Se puede saber sobre cualquier cosa, incluso especializarse en todología como cualquier bonarense que se las sabe todas. Lo que es más jodido y, creo que es más honrado, es ser consciente de lo que a uno le interesa e ir por ahí sin distracciones. Es obvio que, dado el sistema de mierda en el que seguimos estando, hay una preocupación primordial que es la de subsistir a la carestía y la precariedad de los juegos olímpicos de la vida. Pero en esos fines de semana, las horas libres de la tarde, días libres, etc., si el agotamiento no se lo lleva todo y nos deja postrados frente a una pantalla, el interés puede ser peligroso.

El pro-activo, dependiendo desde dónde se lo tome puede significar varias cosas. Por un lado tenemos el sueño húmedo del empresario que busca el beneficio, como es lógico, para proseguir con su proyecto del cual aquel pro-activo forma parte. Otra forma de pro-actividad es aquella que proviene de uno y tiene que ver con el ya mencionado interés.

Pero, ¿no tiene interés el pro-activo empleado por mantener su puesto de trabajo? Si, es cierto, el interés por mantener el puesto de trabajo es un interés, pero es un interés que proviene de la demanda del otro, del jefe, del miedo a ser despedido, del retorno a la carestía, del abandono, del riesgo de la exclusión social, el retorno a esa fauna cutre de entre bares y despertarse a las 6:07am por que sí. Ese interés cumple con el mandato del beneficio de mercado, del ser útil, del “ganarse la vida”, etc… En cambio este otro interés, de este otro pro-activo, tiene otro orden.

Beneficio de mercado: pro-actividad – interés.

Deseo: interés – pro-actividad.

Dicho con otras palabras, no hay una representación (pro-actividad) a la que hay que plegarse y por ende mantener vivo el interés, sino que uno se ve capturado por algo concreto sin saber por qué, sin tener ni idea. Y de ahí va hacia allá. Algo se quedó enganchado, clavado, fijado. “No sé por qué, pero me encanta esto”, no es lo mismo que “vamos que hoy viene el jefe a echar un ojo”.

Lo que pasa es que, si traigo estas dos figuras, no es porque quiera hacer una crítica a no sé que abstracción de las lógicas del capitalismo neoliberal, sino para señalar el despliegue de dos subjetividades que padezco actualmente.

Exigencia – Indigencia.

Exigencia: la cualidad de mover hacia afuera, de actuar de forma expuesta, etc. Se menciona esto como si de alguien caprichoso proviniera. ¿Qué significa ser caprichoso? El capricho no sólo expone una apuesta por una vía (“lo quiero así, vamos”) sino que manifiesta un reclamo, una demanda que no soporta la cualidad intrínseca del propio deseo: no se sabe muchas veces de que va eso del deseo. Ese no saber acaba por señalar algo, fijarse allí, así, directo. En ese momento, cuando todo parece prometer la infinidad, la liberación, la muerte del deseo, esa impotencia que se siente por el mero hecho de ser deseante, no se puede dejar estar tan fácilmente. El caprichoso pide ayuda violentamente. El complejo narcisista, el ensimismamiento que imposibilita cualquier atribución simbólica al síntoma del mismo, se presenta con una carga agresiva. La demanda no incluye culpa, un “tal vez no pueda por aquí”, sino que ésta es tan maciza como opaca es la relación que se tiene con el inconsciente.


Y, ¿por qué la exigencia es una de las subjetividades? Bueno, esto lo responderé después cuando concluya con el texto.

La subjetividad exigente, que no es algo que se sepa sino algo que se hace encadenadamente, supone hallarse demandante, cerrado, oblicuo, obtuso, estúpido, etc… no queda excepto el disfrute de una subjetividad así ni, por supuesto, su pesar. Lo que la caracteriza escópicamente es el ser vista como víctima de su propio deber ser. Es decir, aquel exigente cubre con violencia y diligencia la pésima figura de su vulnerabilidad ante su propia fascinación. Su alienación, tapada con capas de renegación agresiva, busca el puñetazo, el insulto, el maltrato, el ser herido, machacado, etc… Pero lo que realmente busca es “que le pongan en su sitio”. ¿Qué significa esto? Lo que creo/creo es que, si nos atenemos a lo que pasa, esta subjetividad performada articula su demanda de un modo confrontacional. Es decir, la confrontación es el terreno por el que se media/lidia con el deseo, o por lo menos es cómo se le entiende. ¿Cómo se le entiende? Como dije antes, aquel exigente media con su propio deseo como lo haría un dependiente de un hostel de una carretera secundaria. No es común sentir algo en ese nivel. ¿Qué nivel? El de la confrontación. ¿Confrontación? La división subjetiva hace que aquel que le pide algo a éste, perturbe lo macizo. Como aquellos personajes de las películas de acción que parecen estar tranquilos hasta que una deuda del pasado viene a cobrárselas. El deseo es una interrupción, una molestia. Es consciente el exigente que el deseo supone la asunción de una impotencia, de sentirse impotente porque una vez aparece éste la disincronía no hace más que estropear toda equivalencia justa. El deseo, para el exigente, es injusto e indigno. Es por ello que las demandas del exigente suelen atenerse a noséqué marco legislativo o meritocrático.

Y bien. ¿A qué te refieres con esto en ti?

Una vez despierto, el imperativo de hacer cosas, tan indeterminado e indefinido como se presenta la demanda, pareciera clavar su cuchillo en mis sienes a la 6:07am. Ahí, postrado en la cama en la oscuridad, hay un mono que demanda actividad, movimiento, “hacer algo”. Me pregunto yo, ¿de dónde viene esto?

Recuerdo cuando estaba en Nueva Zelanda. Ahí, despreocupado de bastantes cuestiones como pueden ser el dinero, las relaciones amistosas, el crecimiento espiritual, la dedicación profesional, los medios de subsistencia, etc… la subjetividad de la exigencia parecía desvanecerse para dar paso a la de la indigencia. [Ahora iré con ella.] Lo que quiero decir es que, las cuestiones mundanas, cotidianas, como ir a trabajar, cobrar lo suficiente como para ahorrar sin preocuparse por los gastos, sentir que el capricho no nace de la subjetividad exigente sino de la indigencia, o disponer del tiempo para centrarse en cuestiones personales e interpersonales, etc., contribuyen a un lado o a otro de la balanza. El peso en el pecho, esa hendidura que dificulta la respiración, que inunda la cara de pucheros a la pared, un silbido que se apaga, etc., son sinónimo de algo, síntoma de que algo está pasando.

Indigencia: cualidad de aquel que no tiene los recursos suficientes para vivir, Indigentia significa estar necesitado de algo interno, del interior. A diferencia de la exigencia que se ubica en la exteriorización/proyección de un proceso interno, de una confrontación interna, la indigencia supone la adopción de una postura distinta frente al deseo. El sujeto indigente sabe que el deseo es una amenaza y cuyas consecuencias resultan en impotencia frente al objeto deseado, al igual que el exigente. La diferencia está en que esta impotencia no tiene ningún referente, ninguna representación fálica con la que compararse. La indigencia con la que se toma al deseo es la de la escucha, la del desarmado. Las herramientas se sacan después de que aparezca el deseo. La confrontación no es necesaria. El deseo soy yo y yo soy el deseo. Luego evidentemente viene la cuestión del nosotros pero ese es otro asunto. Lo importante de esta posición, de esta subjetividad, es que la indigencia, al no saberse a sí misma, al presentarse como un interrogante, puede ver qué respuestas se le ha dado. El exigente, oportunamente, respondió con la confrontación, cuyas consecuencias o efectos subjetivos han quedado ya manifiestos más arriba. El indigente no tiene ni idea de por qué se puso ahí el deseo. Sólo sabe que está ahí y que probablemente esté más allá más tarde, y así…


No por ello la indigencia carece de esfuerzo o “fluye”, recuerden que detesto al curioso. El indigente se topa con algo que le llama no que lo confronta. Antes que un “eres gilipollas” no escucha nada, ve algo. ¿Recuerdan que el exigente quería ser visto? El indigente quiere llegar a ver.

¿Qué tiene que ver esto con el interés entonces?

Ya señalé dos tipos de interés y pro-actividad según la prioridad y su ordenamiento. También demarqué dos posiciones subjetivas con respecto al deseo, la exigente y la indigente. De ello resultaré en lo siguiente.

El interés, entendido como interesse, “aquello que se da entre los seres” o “aquello que está o es entre”, al igual que el deseo, puede tomarse como pivote, marca, huella, de los otros, de las conexiones que se esperan, que se ansían, que se buscan inconscientemente. ¿Buscar inconscientemente? Si, más allá del sentido, no encontramos haciendo cosas como esperar, buscar personas, escribiendo, etc., el otro está siempre presente, no ha dejado de estarlo y siempre lo estará, hasta el día en el que deje de estarlo. Es en ese mismo momento en el que nosotros también dejaremos de estar. ¿Por qué triunfa tanto la idea entre los jóvenes de ser famosos? No creo que sea solo por la facilidad con la que uno puede escalar en las redes sociales, haciendo un poco estudio de campo de qué es lo que está de moda o que hashtags son los que marcan el horizonte de preocupación de la comunidad. No creo que vayan por ahí los tiros. Creo por otro lado que se hace pasar un exigente por indigente cuando nos referimos al interés. Déjenme que me aclare.

El interés, el establecer la conexión con el otro, no sólo es genuina, recuerden que las subjetividades no mienten y cuando lo hacen dicen la verdad, sino que para colmo se enorgullecen de su alienación y fijación imaginaria a una representación, a esa respuesta. Se confunden los efectos con las causas. El interés por ser famoso es lo que me lleva a ser proactivo no es lo mismo que el ser-proactivo es lo que mantiene la consistencia de la imagen de famoso y, sí, el interés está ahí.


Lo relevante es ver qué se hace no tanto por qué se hace. El interés no tiene sentido, se lo tiene o no. Lo mismo que el amor, o está o no. ¿O acaso un chiste le tiene que gustar a todo el mundo? Interés por sí mismo es un arma de doble filo dependiendo de cómo se agarre el mango.

El exigente interesado mantiene una representación a la que se pliega. El interés supone una transacción, una inversión de tiempo y esfuerzo por algo que le conviene. Hay una conveniencia para el exigente que no cesa de aparecer. “Conviene decirle algo sino todo se va a la mierda”. El indigente interesado no tiene ni idea de dónde se ha metido. Está jodido no porque sepa lo que quiere, sino porque se le ha articulado una demanda que es incapaz de formular, por ello se lo toma con las precauciones del escéptico.

¿Esto quiere decir que una es mejor que la otra? Las dos habitan, sin irme muy lejos, en mí. Por un lado, me aplasto, por otro me doy cancha en lo inconmensurable. Un bebé atorado en una cañería de PVC empujado con la fuerza de un agua que resultó estar sucia. Muerto por atoramiento.

Lo contrario, aquello que mata el interés, no es el exigente o el indigente, sino más bien el atoramiento del cual ambas posiciones subjetivas peligran. Hallar el punto justo supone alcanzar cierto grado de despreocupación. Es más difícil interesarse por algo si uno está preocupado por la condición de posibilidad de cualquier forma de articulación de ese interés.

Lo que sí es posible sostener con una preocupación permanente es la curiosidad. La curiosidad, proveniente del latín curiositas está compuesto por cura- y el sufijo -dad, que indica cualidad. La cura, también comprendida como inquietud o cuidado, no es más que un horizonte. El deseo de saber que supone la curiosidad no es lo mismo que el saber del deseo que supone el interés. Por un lado, la curiosidad, más próxima a la figura de la exigencia, se presenta como una apetencia momentánea, como una excusa, una Facade, una fachada, con la que apañárselas con el interés. Esta fachada no deja de participar del interés, pero lo esconde, disminuye la implicación íntima que supone la fijación del interés. Hay, efectivamente, un deseo de saber expuesto, manifiesto, pero ello intenta no reflejar una inscripción personal en dicho movimiento. El interesado, por otro lado, asume que está jodido por eso. Que le interesa aquello a lo que su mirada se dirige. No pierde el tiempo con simples curiosidades tímidas.

Para que quede más claro. Si la curiosidad se sacia, el interés se pierde. ¿Qué quiero decir con esto? La curiosidad, como la sed, se sacia. Uno cuando ya ha tenido suficiente, se va hacia otro lado, a seguir con su camino, a curiosear a otra parte. El interés en cambio, si se pierde, como estipula el contrato que tiene uno con el deseo, es aquello que se canjea precisamente por aquello que interesa. Es decir, ¿Qué sucede cuando se pierde el interés por algo? ¿No es una sensación semejante a aquella que se tiene cuando algo “ya no es lo que era”? ¿No se ha caído algo y nos quedamos frente una pared? El cuadro que nos interesaba se descolgó. ¿No parece que nos estamos castigando con esa sensación de miembro fantasma? Ese cuadro se descolgó y lo que parecía ser un recorrido por la pintura pasa a ser un castigo militar. “A mirar la pared he dicho”. El curioso mira el cuadro un rato y se va, hay más cosas que curiosear por allá.

Interés, curiosidad, exigencia, indigencia, pro-actividad, etc… Tantos conceptos, tantas vueltas para explicar algo tan sencillo y tan complejo como lo es la nostalgia en pleno realismo capitalista. Esta nostalgia no produce figuritas retro sino miembros fantasma. No satisface un recuerdo feliz reviviéndolo sino que el mismo recuerdo feliz se torna en mi contra. Tal vez el interés me esté torturando, y la curiosidad, de tanto practicarla, me esté desenfocando de lo que me castiga. Y si me castiga, ¿no es acaso eso una cualidad del exigente? Tengo a mi alrededor una indigencia resultante de la ecuación. Mientras la curiosidad sigua, la pro-actividad me seguirá aplastando. El interés supone la pérdida. La pregunta es, ¿me encuentro en posición despreocupada como para perder algo? La carestía de los tiempos que corro me lleva a perder los horizontes y conformarme con unas líneas de curiosidad, cortadas con tarjetas de débito y el silencio de un bebé atorado que sólo yo escucho.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Pensamiento divagatorio I: ¿Dónde está el límite entre la realidad y la imaginación?

Supongamos primeramente que la imaginación interpreta el papel del loco, culturalmente entendido como aquel que dista de la normalidad establecida por esta, digamos que su comportamiento es anómalo, por comparación a la normalidad. Sus movimientos se dirigen hacia aquello que su mente crea sin cesar, por ejemplo, la celopatía que pueden poseer personas posesivas e incluso el considerarse juzgado antes incluso de abrir la boca, dicho de otro modo, se contrae en el miedo que gesta la imaginación, las imágenes de un futuro aún no realizado, mejor dicho, real. Pero por correlato vemos que no siempre la imaginación marcha sola con su delirio, sino que muchas de estas veces se basa o da certeza a aquello que se considera instinto, lo cual otorga notoriedad a aquello imaginado, por consiguiente podemos decir que la imaginación tiene recursos para hacer de ella una realidad, aunque ficticia, realidad. Seguido a esto, la imaginación influye también en, sino directamente, sobre la mism...

44 grados y subiendo

Plácidas las mañanas perdidas. El tiempo sigue corriendo y los sentidos diseminándose, buscando carne que organizar. ¿Dónde están las madrigueras? ¿Qué se ha perdido? Salta la vista. Que estúpido. Cabalgan los dioses a lomos de su inexistencia. Un loco pintando una cueva. Uno más. ¿Qué? Parados frente a un mar de estrellas reflejadas en el Nun. Allá, más allá, se relatan los placeres mundanos. ¿Quién habla de diversión como una forma de rebelión? Las partículas subatómicas se movieron por una flatulencia bucal. Te escuché hablar. Olía. Canta el aliento. Que tarado. Deambulan los pisos de mi alcoba. ¿Cuántos tendré? ¿Tendré tantos como desposeo? ¿Es acaso lo que el recuerdo lamina? Hasta ahora, lo primero han sido las categorías conceptuales, para luego dejarlas atrás y hablar de un alabado instinto. Trieb. ¿Acaso alguien se está escuchando? Según la física cuántica hay tantas realidades como personas en el mundo. Que raro que después de tanto tiemp...

Reflexiones sobre el sexo

¿Cuánto poder puede cargar sobre si misma una palabra? ¿Es un gesto, una emoción? Cada palabra se entrelaza junto al contexto en el que se emite, y quien la recibe, mediante un proceso interno de pilares, la palabra se infiltra como una serpiente, esquivando trampas, y muy pocas veces llega al final, al núcleo, a su verdadero significado. Sexo, cuando se pronuncia esa palabra, el mundo se detiene y mira extrañado, se pregunta porqué sacar a la luz algo que reprimo, algo en lo que no participo abiertamente, solo es un acto de placer y listo, y mas que entender en si el concepto se suplanta por follar, garchar, echar un petardo, y demás conceptos que camuflan este núcleo, estas son las trampas, que evitan ver el sexo mas allá de una simple conjunción entre objetos sedientos de sexo desenfrenadamente violento, el verdadero erotismo se pierde tras este velo, solo se consigue el coito mediante la estimulación de los aparatos presionados, porque así se nos muestra en el porno, una ...