era de
noche. la luz era tenue y callejera. la suciedad parecía moverse con el tiempo
más que con el aire que soplaba tonto y cargado de cápsulas congeladas. allí
estaba con ella. en mitad de la nada, rodeados de sombras, oscuros, con un halo
amarillo de farola enrejillado por las hojas de las copas de los árboles. la
miraba sin mirarla. estaba enamorado. la buscaba en sus pupilas, pero solo veía
el ansia viva porque lo hiciera ya. un libro de “escoge tu aventura” se abrió
ante mí. páginas en blanco corrían con ese mismo viento, tonto, eufórico por el
triunfo momentáneo, la salida de la carestía afectiva, el abandono directo,
espontáneo, de los medios de subsistencia psíquica. por fin podía volver a ser.
por fin podía volver a existir.
es
extraño, pero, ¿se han dado cuenta de lo mucho que dependemos del sentido?
pasaron
los días, la realidad se había convertido en sueño. vivía extracorpóreo. algo
en mí disfrutaba mientras relataba lo que esa verdad, única para mis escuchas
internas, confesaba por los resonantes caños psíquicos como el semen y la
sangre apurada hacía lo suyo mientras le aguantaba la vela fantasmática con
posturas sugerentes. mi cuerpo. ahí andaba entre agujeros. chupados y relamidos
en la nocturnidad de las noches que pasé allí. una vez en la parte trasera del
coche. algunas otras no llegaron a realizarse. tardé en caer en ello, pero
estaba enamorado.
no llegué
a darme cuenta de la estupidez humana. sentí que simplemente no se sabía cómo
actuar, o simplemente no se quería. no existen, pensé, los estúpidos crónicos. su
figura siempre parecía tener más sentido si le atribuía una sonora ficción como
la del agónico absurdo ser anclado a una ley natural que siempre
mal-comprenderá. no se engañe nadie, si todavía la cosa sigue funcionando es
que ese mal sólo sigue un bien, un Bien Supremo. raro es ver un eventual
locutor de la distancia entre aquella aspiración y el nudo en la garganta.
cabalgué a
lomos de un coche prestado, por dinero, al son de música idónea. sí, lo sé, el
idilio, nacido de una experiencia de placer exorbitadamente pésimo y,
extraordinariamente relatado para ser recordado, mantiene su puesto en el
ranking personal de cosas que probablemente sólo mi cuerpo recuerde. no se
engañen, que la palabra pésimo no les haga pensar en la inmundicia de los
dueños del estandarte moral, esos hijos de perra sarnosa que alimentan esa
radical diferencia con los demás inflando sus pulmones de historias ajenas,
camuflados bajos músculos hipertrofiados o anorexias disimuladas en planes de
régimen abolicionista de comidas diarias. beban agua, corran con el río, el
bosque se lo agradecerá. los cines solo suplantan imágenes a las que nunca
debisteis hacerles caso. cobraos las consecuencias con las lágrimas de los que
os importan un bledo más que para morir infinitas veces en tramas dramáticas en
las que solo sois prostitutas (honrado trabajo que con vuestros actos
“ninguneais”) de un chulo que ni siquiera es preguntado por. ese relampagueo existencial
que sentís cuando estáis solos, tomados por esos auriculares parlantes,
esquivando miradas y deseando algunas otras con vergüenza, es el hebillazo del
cinto de aquel del cual esperabais amor paterno. esa madre que tantos cariños
daba, callaba entre lágrimas esa soledad a la que os tendríais que enfrentar el
día de mañana. entre el silencio y todo el ruido del mundo nacieron tus
estupideces absurdas. hazte un favor haciéndonos un favor al resto con tus
restos. sácale el dedo con una sonrisa a la desgracia de tu existencia cuando,
por un casual, mires atrás y te des cuenta de la alienación agradable de la que
has sido “dueño”.
My favourite things de Coltrane inunda de luz las
carreteras de mi cabeza. los hilos capilares que restan allí mantienen expuesta
mi vulnerabilidad. pero esconden las lianas de mi esquizofrénico hombre de la
jungla. ¿por dónde saldré más tarde?
los
kilómetros no dejaban de sumarse en las ruedas. el asfalto se intercalaba con
la gravilla del terreno, y las estrellas se reflejaban en el apacible lago de
las afueras de pueblo. ¿es mucho pedir que os calléis la boca?
pasaron
nueve días desde que volví. no sabía como decírselo, pero quería estar a su
lado, fuese como fuese. el aroma de sus palabras resonando por la cabina del
coche, o como fuego de artificio,
naciendo y muriendo Uno tras Otro, sin cesar en su empeño por no llegar a
ninguna parte. el medio se transformó en el fin. la presencia se expandía hasta
los demás. pensé por un momento que un ciclista que pasó cerca nuestra había
olvidado por un momento donde se dirigía. la fijación, tanto la de la dentadura
como la de la lápida, impiden la aparición del presente anclando su menosprecio
más elevado en la sinuosa carretera imposible de la seguridad total.
hubo
silencio ahí. hubiese lanzado la envergadura que caracteriza mis “juegos de a
dos”, pero aplacé la partida. sentí que no era bien recibido. tal vez por eso.
paré. sonreí, y seguí una directriz usual de aquellas que honran las buenas
formas. “Good night, sleep well”
me percaté
de una sonrisa torcida. una verdad tras un falso y risueño estar. él sentía
algo. no quería irse sin acostarse con ella. por lo que oí no me metí en sus
asuntos. me pareció hermoso ver cómo ocultaba el pulso acelerado de sus
pulsiones sanguíneas. ese latir. que hermosa imagen: árboles de plástico meciéndose con el aire de una isla deshabitada. la
calma no siempre se da antes de la tormenta, a veces es la calma before the calm.
a veces el
corazón pide lugares sin poesía, si mal no recuerdo, decía Camus. entonces,
Camus si mal no recuerdo, ¿qué pide el corazón? perdón, no me dirigiré a Camus,
sino a cuando.
a veces el corazón pide lugares sin
poesía, si mal no recuerdo, decía cuando percibí que no era mi noche. tal vez, la pizca de
optimismo que nacía de la nebulosa de palabros inmanentes me hizo acordarme de
Camus y olvidarme un poco de mí. ¿de mí?

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