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Dejadez Sexual (matadero pasivo)



Caben en la boca tantas palabras uno quiera cargarse. Van saliendo, una a una. Con sus respectivos espacios. En sus respectivos espacios. El pensamiento. Por ahí anda ordenando y generando algún salto de lucidez. De A a B y más allá, como Buzz Lightyear.
Sinceramente, le dejé allí. Le solté una mentira que para mi era, verdaderamente, una mentira que ocultaba una verdad. No la diré, por favor. ¿Piensan que soy inteligente?
Clamando una oportunidad de repente voy y la tengo en la peor de las circunstancias. Agarrar eso implica soltar el resto. Parece. Parece como si la espiral temporal en la que me muevo, especulata, fuera como ese juego de parque, si, el de las manillas. Para avanzar, es decir, llegar a la otra plataforma, tiene que pasar de una a otra aguantando todo tu peso, ya sea el de un camello, el de un león o un niño.
Amor, ¿dónde estás? Te echo de menos.
Saltamos desde un avión en marcha sobre un bosque en llamas para apagarnos en el tramo de caída. No sé de dónde salen estas imágenes de ti, tal vez deba escuchar a Robert Smith otra vez.
La rica sincronía que nuestras confusiones producen es tan gloriosa como la pena que me da al no poder estrujar esos labios tuyos entre mis dientes, Just like honey.
Un pordiosero entre lefa de anteayer mezclada con depresivas lágrimas de impotencia barrial en su manga recuerda, por un momento, en un día de lluvia, que no necesita pertenecer. ¡Bienvenido al mundo cobardón! ¡El miedo, esa fobia de mierda, mándala a tomar por el culo! ¡Eh, aquí estas solo como nunca antes lo estuviste compadre! No hacer falta que te camines toda Francia a dedo para darte cuenta de que tiene un cuerpo, se deteriora y luego palmas.
¡Ja! Creo que lo tengo. Vale. A ver.
El poder en la época actual se sitúa en la velocidad. Por lo tanto, cuanto más rápido se hagan las cosas, cuanto más joven se triunfe, cuanto más deprisa se hagan las cajitas de Amazon, más poder se rezuma y por ende más valor social se obtiene, es decir, más valor representacional. Quién hace speedruns en la vida cotidiana tiene la congratulación de muchos. Pero, y aquí la pregunta de mierda:
 ¿Acaso no tendría que ser esa mierda algo que se acelerara sólo y no depender de nuestro envite? ¿Acaso el ocaso de nuestro poder creativo se ha visto codificado por esta necesidad de pisar el acelerador? ¿Tan solos estamos que para amarnos tenemos que reconocer que el otro es un ahorrador de tiempo? ¿No se halla bajo esto un temor atroz a la muerte inminente? ¿Acaso no es una intuición, con el calor que hace, de que todo se va a la mierda? Si la velocidad es lo que, socialmente manifestada, otorga más poder, el que lo concentra, ¿el lento es un impotente? Claro gilipollas. Pero piensa un poco, ¿no es acaso el poder algo que se ha visto constantemente atrofiado hasta llegar a ser esa basura de velocímetro? ¡Eh! ¿El poder se mide en un velocímetro?
“Va todo muy rápido chicos. No me entero de una mierda.” “¡Pero qué dices! ¡Esto es genial! ¡Llegamos en un periquete!” “¿A dónde?” “¡Allí tío! ¡¿No te acuerdas?!” “¿De qué?” “Joder, ¿en serio?” “Sí, joder, ni puta idea” “Al jodido Edén imbécil”. “¿Qué”
Si, vale, Edén. Bla, bla. Si queréis mejor pongo líquido amniótico y todos más contentos o Nun.
Bueno, el caso. Siguen las cosas como siguen. El Séptimo Sello, aquellos jugando al ajedrez como todo el mundo, y la despersonalizada Tierra como un cacho de materia que es. Ahí, sujetando inconsciente los mataderos pasivos y activos de los mortales.  

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