Sírvete viejo amigo de mi humilde y anciana compañía, no soy
un sabio, solo un ritualista de costumbres, salvando las apariencias entre
nuestros deseos más ocultos con la gente que nos rodea y con el del espejo que
saluda con oxidadas palabras sin querer, mirando al suelo lleno de escombros
por remover y aprender a levantar peso sin morir aplastado, sacar músculo,
sentir las lagrimas como el cemento y gravilla hasta volverse una estatua
icónica representando recuerdos de grandeza, sueños rotos, actos a sangre
caliente, corazonadas armadas con frías balas de cartón luminiscente… siempre
cargado de flechas, el carcaj narciso.
Este viejo está aun así feliz y lleno de vida, no aprendí
mucho más, pero supe ponerlo en práctica. Puedes llamarme como quieras, solo
recuerda que mi raza al igual que la tuya pasea, aquel que por las noches
contempla la vida harmónicamente pasar ante sus ojos y los colores de la ciudad
se reflejan en el… o la luna, que se pinta sobre un gran lago mostrándose
cubierta por un velo nocturno, y allí están, el silencioso bosque con mecedoras
brisas blancas de terciopelo.
Nos damos la mano, caminamos juntos, solos, transitamos
comunicados con los incomunicados, nosotros mismos, solos caminamos incluso
cuando pretendemos correr o estáticos perecer eternamente. El tiempo avanza, la
muerte se acerca, pero no hay segundos que matar, porque solos van hacía su
destino, el mar del recuerdo, el mar de las emociones enfrascadas.
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