Un cuarto vacío, peso menos que un hilo sin nombre, mi
respiración llena la sala escalada en grises, meciéndome en el aire con pasmosa
tranquilidad, tostadas con miel bajo el sol de primavera que levanta toda la
casa, los ojos abiertos presenciando la inexorable eternidad, una sonrisa se
escapa y se potencia a medida que el tiempo se va comiendo los segundos, las
horas, los días.
Es mi espacio, el rincón final de mí ser, no necesita
decorado, no es una celda, puedo salir y sentir la lluvia en mi cara, mojar mi
corazón y correr el maquillaje, mezclar las locuras que brotan de mis ojos con
las gotas. Dentro de ningún sitio, no se haya ni muerte ni vida, locura quieta,
ninguna hoja de hojalata, ningún acorde desafinado, el sonido del silencio se
funde con mi éxtasis cósmico.
Cierro los ojos aun habiéndolos atrancado conscientemente,
veo una figura en medio de una habitación, las paredes se iluminan con
recuerdos, no tiene ojos, la transición de sus gestos parece llevarle
ambivalentemente a sitios conocidos y ávidos por conocer. Todo empieza a excitarse,
las imágenes salen del fotograma, las emociones atraviesan cual flechas de
ardiente hielo, hasta el blanco que se torna grisáceo. Tranquilo en medio de la
habitación, quietud plácida, ya no pasa nada, sabe quien es y porqué sonríe.
El
puerto esta en calma, los barcos se mecen con el mar, no hace falta zarpar, de
recursos y recuerdos están llenas las arcas, hacen que todo pase apaciblemente,
como una inmensa piedra que amenazante fue lanzada, y con un simple movimiento
esquiva, cayendo a escasos centímetros,
rozando el hombro. No como antes, que estando en frente, preso de locuras
palpitantes, ni un ápice mi cuerpo se movió.
Avanzó con una sonrisa, nunca pensé que sería tan feliz sin
nada por lo que luchar, sin nada por lo que preocuparse, nada más que un cuarto
en la buhardilla de mi corazón, refugio etéreo, aléjame, distánciame de mis
emociones, para poder verlas en su más bello carácter, naturaleza y furor… más
tarde jugaré con ellas…
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