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Mackiafé



Allí estaba, sentado, solo en una esquina de la cafetería, leyendo a Kafka y de vez en cuando sorbiendo el café con leche con dos sobrecitos de sacarina. Apoyado en el respaldo del sillón de madera sobre un cojín, piernas cruzadas y la luz directa del ventanal a mi izquierda con un letrero pegado, ‘’Mackiafé’’. Era por la mañana, había tres personas sentadas independientemente en sus mesas, cada uno absorto como yo en sus cosas, aquel con traje verde caqui y pelo blanco leyendo el periódico, aquella chica pelirroja con su té verde mirando por la ventana viendo la gente pasar, apoyada la cabeza sobre su mano izquierda y la otra recostada sobre la mesa, y por último un joven delgado pero amplio de espaldas, nada mas sentarse, pidió una magdalena de chocolate y un batido de vainilla, luego de esto sacó de su bolso de cuero gastado una libreta con una bolígrafo adosada en la espiral de esta, lo sacó y mirando por la ventana reiteradas veces comenzó a escribir.

Seguí leyendo al margen de la gente que allí había, me preocupaba por la vida de Gregor, se había transformado en un monstruoso insecto, inevitablemente me introduje en su cuerpo y padecí semejante metamorfosis, ya no era un humano, sino un insecto, otra cosa, y para colmo era consciente de ello. Sentí la separación de la gente de la cafetería conmigo, yo estaba al margen, aún mas de lo que ellos estaban de mi, nauseabundo, les miré y no me veía en ellos como uno mas, era algo inexplicablemente monstruoso, mas allá del solipsismo, mas allá de la alienación humana, esto era mucho mas allá, mucho.

No podría hablarles, no podía comentar si quiera mis ideas, transmitir mis miedos, ni las formas que tengo para solucionar los ajenos, tenía que ocultarme, sino me juzgarían por mi cuerpo, soy Frankenstein, me quemarían por miedo a aquello que no tiene alma, soy un monstruo por no tenerla. Alma, que quise decir en ese instante con alma. Si no tengo alma, no soy humano, sería un montón de carne que falla y acierta, se mueve, aprende y vive pero estaría vacía, seria una caja, un baúl, una simple estructura pero incomunicada con el resto del universo, sola entre millones de átomos que se llevan mi cuerpo a toda velocidad.
Comencé a sentir una soledad abrumadora, todo comenzaba a descender, el fotograma corría hacia abajo, mientras yo estaba sentado allí mirando todo, la infinitud, la oscura infinitud, me daba miedo, mucho miedo, no sé que emociones están pasando por mi cuerpo ahora mismo, no puedo verlas, van demasiado rápido, mis pensamientos también lo van, se generó en mi cabeza un principio de locura galopante, esquizofrenia palpitante, pánico entre las nadas, yo en medio…

¿Estará mi alma aquí conmigo?, ¿Y si lo está, podría abrazarme y darme esperanzas de que esto sea solo un sueño? Quiero despertar, no hay nadie, estoy muy solo, abandonado de la tierra y enviado quien sabe donde, a vagabundear como un perro callejero, que busca incesante algo para comer, rabioso, por la impotencia, e instintivo. Me puse de pie en aquella inmensa negrura que me vigilaba por todas partes, el sillón de madera cayó, se fundió con este inmenso monstruo oscuro. Escuchaba mis pasos, caminé hacia delante cauteloso con mi libro en la mano, lo estrujé bien fuerte contra mi, preso del miedo a lo desconocido. Mientras andaba sentía como ojos me acechaban por la espalda, no me giré, estaba paralizado en aquel momento, estaba levemente agazapado, mirando hacia delante intentando vislumbrar algo.

Escuche mi voz retumbar en mi cabeza, por fin aparecía, ¡Hola amiga mía!, al fin pudiste librarte de todo ello que tenías delante, cuéntame donde estoy, dime que es este sitio, y porque acabé aquí después de concebir en mi cabeza la idea de una separación, una desvinculación infinita con la realidad aparente, ¿Estoy acaso en mi interior? ¿Dentro de mí ser, mi cuerpo, mi mente?, ¿Como puede ser que esté tan vacía?, no esperaba encontrar mi alma aquí como un ente lleno de luz y calor, que reconfortaba cada rincón de mi cuerpo, y daba aún más emoción a cada una de las emociones que me atraviesan cual flecha enviada desde unos matorrales, por algún bandido llamado Casualidad. Yo soy un monstruo y como tal eso no se haya en mi, en mi, me hayo yo, y ¿Quién soy yo?, ¿Soy este que camina sonámbulo por esta llanura sin Sol ni Luna?, ¿El que se cuestiona, avanza, e intenta ver algo donde no hay nada?...

Cerré los ojos, y veía puntitos, presione y los veía aún mas fuertes, destellantes, pinté con mis ojos cerrados aquella negrura con estrellas en mi mente. Los abrí, y me vi sentado con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón mirando hacia riba, los ventiladores giraban, mi boca estaba seca, y el libro a mi lado con la contraportada hacia arriba, el sonido de montones de conversaciones, junto el chasquido de vasos y platos, parpadee y me incliné hacia delante, había delante de mí montones personas, todas me daban la espalda, solo veía su pelo por detrás, todos se hayan en una posición en la cual me era imposible mirar sus caras, me asusté, al pensar que aquello podía ser algo mas que una simple coincidencia. Miré la taza de café que tenía delante, tenía aún un poco, pensé en terminármelo pero supuse que estaría frío, lo dejé estar. Agarré el libro y me dispuse a marcharme, eché un vistazo por la ventana, los coches pasaban muy rápido y el reflejo del sol de primavera deslumbraba con solo mirarlos. Con los ojos chicatos, y mirando hacia el suelo para no llevarme por delante la pata de la mesa abandoné mi lugar de reposo mental temporal, un maquina simple que activó toda mi imaginación y me llevo a ese otro mundo que mas tarde seguramente transportaré a una hoja de papel. Contento con el material que obtuve, me acerqué a la barra, llamé al mozo mirando mi cartera y contando la cantidad justa para evitarme esperas y poder sacarme de encima estas monedas que tan poco me gustan. Escuché la voz del chico que me decía el precio mientras tecleaba la maquina registradora que emitía un sonido mecánico con cada pulsación.

Una vez obtuve las monedas, levanté la cabeza, y el horror se hizo conmigo…

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